José Steinsleger
El viejo sacerdote católico con el que solía debatir las cosas de la fe y de la razón, me dijo: “Si en mi diócesis tuviese a cinco parroquianos con tu fe, ya me hubiesen nombrado cardenal”.
No supe recibir el cumplido. Con las ínfulas propias de la edad, respondí: “¿Fe? ¡Lo mío es convicción!”
El viejo creyente replicó:
–Calma… calma que la vida da muchas vueltas.
Tenía razón. Años después la izquierda sin fe colgó el hábito de la razón, hizo a un lado la voz “pueblo” y optó por el mediáticamente correcto vocablo “gente”. El “consenso” pasó a regir la democracia virtual y, milagrosamente, el vino de la revolución se convirtió en algoritmo aguado del fraude electoral. Pero la vida, como decía mi amigo, siguió dando sus vueltas. Hoy, la izquierda sin fe anda demudada: en Venezuela gobierna un presidente “zambo”; en Bolivia un “indígena” y en Ecuador un economista elegido por los pobres. Y el próximo domingo, si Dios quiere, el nuevo presidente de Paraguay será Fernando Lugo Méndez, ex obispo de San Pedro Ycuamandiyú.
El programa político de Fernando Lugo se inspira en la antigua divisa Vox populi, voz Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios. Palabras que remiten a la guerra de las comunidades de Castilla (1521) y que los comuneros paraguayos, liderados en 1717 por el peruano José de Antequera y el nacido en Asunción Fernando Mompox, anunciaron los primeros vientos independentistas de nuestra América (1721-35).
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