José M. Castillo
NO esperemos que baje el petróleo. No esperemos que bajen los precios No esperemos que los tipos de interés reduzcan el Euríbor. No esperamos, por tanto, que las hipotecas resulten más soportables. No esperemos que suban los jornales. Y las pensiones. Y que la bolsa se ponga por las nubes y todos los inversores se forren de nuevo, como se han forrado en los últimos años. No esperemos que los mileuristas se conviertan, de la noche a la mañana, en dosmileuristas. No esperemos que se acaben las huelgas. Ni que la Madre Teresa de Calcuta resucite y sea nombrada presidenta del Banco Mundial. No. No esperemos nada de eso. Porque en nada de eso está la raíz del problema económico que a todos nos trae de cabeza. Las malas noticias económicas, que cada día nos traen los periódicos, no son sino la punta del iceberg cuya inmensa profundidad se nos oculta. Es más, yo me pregunto si no nos conviene a todos este zamarreón económico que estamos recibiendo. A ver si, de una puñetera vez, nos enteramos de que la crisis económica, que a unos preocupa y a otros angustia, empieza a ser el final de una época y comienza a ser el inicio de otra.
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