A la epidemia de dengue la sucede, más amenazante aún, la pandemia de influenza que viene de México. Una por mosquitos, otra por aves o porcinos, las dos con viejas taras argentinas sobrevolando la tragedia. No importa si los enfermos declarados, confirmados o sospechados son 10 mil o 50 mil o muchos más. No importa la guerrita política de una oposición que, sin fuerza ideológica ni moral, sólo busca aprovechamientos electorales en la desdicha de la ciudadanía y en particular de la que está cautiva del abominable sistema mediático que padecemos, frente a cierto oficialismo que también prioriza las elecciones sobre la salud de la población y, como se sabe, ha hecho de la mentira estadística una marca de gestión.
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